martes, 23 de julio de 2019

El zapatero sigue abrazado a su remachadora

De los viejos oficios en vía de extinción, está el zapatero, experto en “resucitar” zapatos viejos; hoy bajo el peso de los años y el modernismo, sigue con su tradicional forma de trabajo.

Ricardo Ruiz-el zapatero del pueblo


Crónicas del Camino por:Wilmar Jaramillo Velàsquez-Para EL PREGONERO DEL DARIÈN

Inmortalizado en el clásico tango de Guillermo del Ciancio, Giuseppe el Zapatero, magistralmente interpretado, tanto por Gardel, como por Ricardo Tanturi y el mismo Charlo, acompañado de la Típica de Canaro. Los zapatos viejos también inmortalizados por el escultor, Tito Lombana, en el memorable homenaje al poeta Luis Carlos López, en Cartagena, y recordado en el Fox, “Zapatos Rotos” interpretado por Armando Moreno, acompañado de la orquesta Típica de Enrique Rodríguez, tanto los zapateros como los zapatos rotos, han tenido un sitial de honor en el tango, en la música ciudadana y hasta en la poesía.

Por algo dice el viejo refrán, los “quiero màs que a mis zapatos viejos” no es fácil desprenderse de ellos y cuando uno se ha habituado, es cuando comienzan a fallar, cuando màs cómodo está uno con ellos, es cuando se acaban las tapas, se descosen y comienza el peregrinar hacia la zapatería en busca de alivio.

                                       Muchos clientes no vuelven por sus trabajos.

Los zapatos viejos son el puntal laboral de muchos trabajadores informales de Colombia, un oficio que parece extinguido, arrasado por el modernismo, pero no, ahí están los zapateros remendones, muy campantes al frente de sus remachadoras, golpeando y golpeando y “mientras el martillo sube y baja, descansa la cabeza el clavo”, dicen muy orondos.

La remontadoras de calzado como se llaman algunas, las clínicas del Calzado otras, o simplemente las zapaterías, hacen parte del inventario de cada barrio, de cada pueblo, de cada ciudad.

El zapatero es un personaje tan conocido, como el médico, el policía o el voceador de los periódicos.

Los zapateros del pueblo, son expertos en alargar la vida de los zapatos, de “resucitar muertos” como a firman otros, de sacar de apuros al desprevenido ciudadano cuando lo sorprende una emergencia en la calle.

La poesía está llena de versos al zapatero y a los zapatos rotos, igualmente la música, lo que demuestra la popularidad de este oficio, hoy apagado, más no desaparecido.

“Hay días que se van en blanco”

*Luis Carlos López, Colombia, 1879

Los zapatos viejos

Noble rincón de mis abuelos: nada
como evocar, cruzando callejuelas,
los tiempos de la cruz y la espada,
del ahumado candil y las pajuelas...

Pues ya pasó, ciudad amurallada,
tu edad de folletín... Las carabelas
se fueron para siempre de tu rada...
¡Ya no viene el aceite en botijuelas!

Fuiste heroica en los tiempos coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos.

Más hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos...

*Luís Carlos López, poeta colombiano, en cuyo honor se levantó el monumento a los zapatos rotos en Cartagena.

                           El zapatero de pueblo, no se ha dejado desplazar. Ahí está

Ricardo Ruiz levantó anclas de su pueblo natal, Concordia Antioquia, hace medio siglo, para salir en busca de mejores vientos, era un mozalbete lleno de vida, como decían los viejos y con muchas ganas de trabajar, sin dar muchas vueltas tomó la ruta a Urabà, dice que la primera comisión de zancudos le dio la bienvenida en Mutatá, trabajó un año en una finca ganadera, luego se trasladó a Chigorodó donde realizó varios oficios del campo, hasta que hacha en mano llegó a una finca llamada Hipancay entre Chigorodó y Carepa y se dispuso a derribar montaña, para montar una finca bananera.

“Me tocó derribar la montaña a punta de hacha y luego ver la finca producir banano” cuenta, hoy medio siglo después.

Posteriormente se trasladó a Apartadò, y se instaló en el barrio Pueblo Nuevo, pagando 30 pesos de arriendo y se ocupó como brasero en Nueva Colonia durante siete años y después terminó como cotero en Apartadò, cargando banano, maíz y arroz.

                                   26 años lleva este señor en esta diminuta caseta

Cuando don Ricardo llegó a Apartadò, el pueblo eran tan joven como él, el transporte intermunicipal e interdepartamental, se aglomeraba justamente al frente de su zapatería, en plena vía principal, en inmediaciones del tradicional bar El Danubio, era el lugar màs concurrido y movido del pueblo, hoteles, cantinas y negocios de toda especie se movían en ese entorno, y desde luego su clientela, era mucho mayor que hoy.

Hasta este momento don Ricardo, no tenía idea sobre que era la zapatería, hasta que en el año 1971, llegó un pariente y le propuso enseñarle el oficio, inicialmente se instaló en la calle del Teatro, donde aprendió, después estuvo en el zaguán de la casa de don Luis Muñoz, hasta el año 91-92, cuando le anunciaron su traslado a la Plaza de Mercado, acabada de inaugurar, pero allí la pobreza lo expulsó y finalmente fue reubicado en una diminuta caseta que hoy aún ocupa en la calle principal de Apartadò. “Son 26 años en este cajón” relata, el hoy zapatero del pueblo, orgulloso de su trabajo, con el que levantó ocho hijos y sostuvo a su esposa, Amanda de Jesús Parra, hasta hace 17 meses que partió de este mundo.

La actividad económica en el negocio de don Ricardo varía, los cobros por reparaciones van desde mil pesos hasta los doce mil, tiene días de veinte y 30 mil pesos, pero también los ha tenido en blanco, es decir de cero pesos.

También hay clientes muy frescos que han llevado sus zapatos a reparación hace dos y tres años y han regresado por ellos, los trabajos más comunes son costuras, cambio de tapas, tacones o suelas, también hay clientes que quieren cambiar el color de sus zapatos y salir estrenando.

El hombre llegó a Urabà rompiendo montaña.

En el negocio de don Ricardo Ruiz por ejemplo, después de treinta días de dejados sus zapatos y no reclamarlos, son puestos en venta, pero no es fácil conseguirle cliente.

El zapatero recuerda que hace muchos años, un cliente llegó con unas zapatillas para reparar, el costo del trabajo eran de cuatro mil pesos, pero el cliente no volvió por ellos con tan desagradable impase para ambos, 18 meses después, justamente el día que los vendió, regresó el dueño por ellos, pero ya no había nada que hacer, los zapatos estaban en pies ajenos.

Cuando don Ricardo no está golpeando la remachadora o puliendo en el esmeril, está viendo televisión o escuchando música de toda clase, menos reggetón, dijo.

El tango y la poesía, le han dado digno espacio, tanto al zapatero como a sus zapatos viejos.