El día estaba arrugado por efecto de la ola invernal que azota todo el país, la universidad está surcada de enormes árboles y amplias zonas verdes, pájaros diversos saltan y cantan, mientras que estudiantes y académicos cruzan raudos por los senderos.
Llamé a mi interlocutor quien me orientó con una voz grave y firme. “Estoy al frente de Coco Melón” una cafetería de las tantas que funcionan en el Bulevar.
En efecto, allí estaba mi personaje, tal como lo había visto en fotografías, se puso de pie y me invitó a seguir, así me encontré frente a frente con Gonzalo Lalinde Herrera, uno de los últimos reductos de la filantropía, y para más señas un enamorado de la educación y sin mucho preámbulo, nos enfrascamos en un desordenado diálogo, hablando de todo un poco.
A Juan Gonzalo nunca no lo
abandona su libreta de apuntes
Con muy menos cabello sobre su cabeza que hace veinte años, su clásica sonrisa y sus vivaces ojos, el dominio de la palabra y el conocimiento acumulado en años, me demostró en pocos minutos, que es uno de los hombres que más conoce de historia y geografía en Colombia.
Ha escudriñado el país palmo a palmo, lo ha recorrido en carro, en burro, en bicicleta, en barcos, chalupas, en avión, en moto , a pie y hasta en culebra, como dice jocosamente, porque nada lo detiene a la hora de emprender un viaje, no solamente tiene alma, sino espíritu de andariego, aprendió algo de culebrero, palabrero y hasta cuentero, en sus innumerables recorridos por la patria olvidada, la otra Colombia que es la que le gusta visitar, la que no tiene escuelas ni bibliotecas, porque es allí donde planta su semilla, es allí donde está su reto de dotar de bibliotecas, de llevar computadores, bicicletas y hasta teléfonos que le piden ciudadanos tragados por la manigua y la pereza estatal.
En su flamante oficina del Bulevar
Juan Gonzalo es un ingeniero mecánico, empresario y vendedor de maquinaria industrial, nueva y usada, jubilado hace diez años, quien hoy se dedica hacer país desde una mesa en el Bulevar del Campus universitario de la UPB en Medellín.
No lo encontré en una suntuosa oficina como esperaba, sino en el despacho más inverosímil que uno pueda imaginarse, sentado con un grupo de sus voluntarios o cooperantes, rodeado de libros y piezas de computadores listos para armar y despachar para la selva.
Lo más insólito es que a un lado del cuartel general, del centro de operaciones de estos quijotes, está ubicada una alcancía, un tarro plástico, en el cual amigos, vecinos y visitantes de la universidad depositan monedas y hasta billetes. Esta es la columna vertebral de las finanzas de este proyecto.
Acá la columna vertebral de
las finanzas. Una alcancía.
Cada que completan un computador, una caja de libros o consiguen una bicicleta para el envío, entonces acuden a la alcancía para pagar los despachos. Así funciona esta iniciativa, que no recibe apoyos ni recursos estatales, ni de ninguna otra índole distinta a los recaudos de la alcancía y la buena voluntad de los integrantes del grupo.
“Cuando yo me jubilé, empecé a buscar a todos los jubilados del país y salí traumatizado, a los dos meses, encontré a los jubilados con todo el poder del mundo, con 5 o 6 carreras sentados en un granero, en una tienda, hablando carajadas, entonces me vine a la universidad, decía, yo tengo 60 años estoy vivo, y yo no puedo sentarme con unos jubilados hablar maricadas, me vine para la universidad y llevo 10 años sentado en esta mesa haciendo país, aquí nació “La Sueñomotora”, el nombre que le dimos a este grupo de amigos” contó con toda serenidad.
El proyecto no tenía ningún conocimiento del país, fue cuando el escritor Memo Ángel, egresado de la Bolivariana, le dijo que se pusiera a estudiar historia y geografía.
Fue así como se fue familiarizando con palabras como exclusión, pobreza, guerra, inequidad y comenzó a conocer el país por todos los puntos cardinales y al conocer el país comenzó a actuar sobre él.
Sobre un caballo también vamos al monte, pero a llevar libros.
“Entonces dije yo, cómo hago siendo un personaje sin poder político, ni económico, ni social, ayudar a transformar este país; muy fácil y empecé a identificar por dónde me iba a pegar, como yo fui vendedor toda la vida y negociante, me quedaba muy fácil, encontré que la solución era impactar sobre la educación rural y en eso estamos montados” no explicó.
Al identificar la exclusión y la inequidad, se dedicó combatirlas para mejorar el país, escogió, la educación por que como Harold Pinter, considera que con la educación se combaten todos los males de la sociedad, aunque reconoce que el origen de todos los conflictos en Colombia, es la tenencia de la tierra.
Dentro de sus estudios y análisis, Juan Gonzalo Lalinde encontró el triángulo de la pobreza en Antioquia, lo comprende los municipios de Arboletes, Murindó y Campamento y comenzaron a trabajar sobre ellos, pero hoy están en todo el país. Su medio de comunicación: las redes sociales, WhatsApp y el Facebook.
La comunidad indígena cuenta y mucho.
“En “La Sueñomotora”, no hay sueldo no hay honorarios, no hay nada, aquí todo el mundo invita a tomar café, invita almorzar, todo se maneja con una alcancía y con la amistad, solamente con la amistad”
“Me siento Muy feliz porque cuando veo que soy capaz de montar una biblioteca en una escuela a 18 horas de Antioquia o de esta mesa, que hay que montar en caballo en lancha en burro y en culebra, para llegar y ver que un maestro por WhatsApp; porque allá no hay señal de internet, le manda a uno la fotografía de la escuela y decir que en esa escuela en 30 años no habían llegado libros, eso es como si yo me hubiera ganado la lotería, entonces todo esto se maneja a punto de autoestima. Yo soy un hombre millonario en este momento a punta de autoestima”
“La Sueñomotora” impacta lugares donde el gobierno ni la sociedad llegan, tienen un programa que se llama “Fronteras Olvidadas.
Juan Gonzalo Lalinde Herrera se hizo lector ya adulto, profesional y se lamenta que en Colombia se enseñe a leer a Nietzsche, Schopenhauer, pero que alguien que vive en Antioquia, no sabe quién fue Pedro Justo Berrío, y por eso su gran preocupación y recomendación es leer la historia y la geografía de Colombia.
También es un enamorado de la paz, votó por el sí, dice que sin paz no hay salvación y se lamenta que haya gente que viva y le interese la guerra, se considera un hombre nuevo, de diez años, que cambió, que ya no llega a un pueblo a conseguir plata, tomar aguardiente o bailar porro con las amigas, sino averiguar dónde está la biblioteca, donde está el escritor del pueblo, averiguar que necesidades tienen y qué puede hacer por ese territorio, por el país; recuerda que él pudo estudiar geografía e historia que sabe leer el territorio, lo olfatea, lo mira, lo huele, lo toca, lo soba.
Juan Gonzalo aclara que se trata de un proyecto de la sociedad, sin posición política, ni religiosa que está haciendo país y que “cuando usted hace cosas buenas hay gente que no le gusta, pero hay otras que sí, entonces siempre hay una contra tensión, cualquier cosa que usted haga, en el mundo tiene contra tensiones”
La alegría de dar, sin esperar recibir.
Pero la satisfacción más grande este hombre nacido en Medellín, que maneja su proyecto con un teléfono y una alcancía, es cuando le llegan las fotos de las bibliotecas y los computadores ya instalados. Las entregas las hacen sin formalismos, no tienen que firmar convenios ni compromisos, no hay condiciones, es un proyecto de confianza, de fe, de esperanza de credibilidad, directamente con los profesores, los dirigentes comunales o líderes sociales.
Tampoco se piensan formalizar en una organización social, por temor al estado alcabalero, a la DIAN, que después no los deja trabajar, por ahora seguirán manejando el proyecto a punta de cuento, de amistad, con la alcancía, con colectas de dos mil o cinco mil pesos, cuando se ven en apuros para enviar libros o computadores. “Lo cierto es que cuando me llagan fotos de escuelas y bibliotecas, con los libros bien dispuestos y los computadores instalados, es como si me hubiese ganado la lotería” dice sin ocular una sonrisa de satisfacción.
Si bien todas las historias en las rutas de Juan Gonzalo, han terminado con un final feliz, recuerda la ocasión en que le llegaron al hotel de un pueblo devorado por la selva y el olvido, para decirle que un hombre armado lo requería de parte del “patrón”, por haber ingresado a la zona sin permiso, pero después de un intercambio de palabras, explicó su misión, el objetivo de su viaje, su labor de apoyar escuelas rurales, de llevar mapas para estudiar la historia de Colombia, de confirmar en el terreno las rutas de colonizadores, de alemanes y americanos por las rutas del Atrato, le ofrecieron apoyo, transporte hasta en caballo y guías de seguridad.
Llegó a conocer tan bien el país, que cuando se encuentra en pueblos y veredas lejanas, e inicia un diálogo con los lugareños, termina corchándolos al hablar de sus ríos, sus veredas y sus lugares comunes.
El libre pensamiento y Juan Gonzalo Lalinde
Se hace tarde, ya vamos para el segundo café, le he trastocado la agenda a Juan Gonzalo, otras personas esperan para entregarle libros, coordinar envío de materiales y computadores, para armar otros equipos, para reparar una bicicleta y enviarla al campo, o simplemente para intercambiar ideas.
Es pasado el mediodía y la oficina de Juan Gonzalo está en todo su furor, me da un abrazo y me despide con su voz firme y su icónica sonrisa, tal vez la más conocida en este Campus, al menos en la última década.
Para finalizar, Juan Gonzalo advierte que el futuro del país está en el campo, en la educación, en llevar libros a las escuelas rurales, computadores, que hay que recuperar el campo agrícola, no el ganadero y les deja este mensaje a los jóvenes:
“Necesitamos una nueva clase social, una sociedad civil consciente, un muchacho que estudie historia y geografía de Colombia, y que empiece a soñar con un país nuevo y que haga pequeñas cosas, en su barrio, primero cambiar su familia, la carretera y empezar a mirar, olfatear los problemas de su familia, de su parque”
Estudiar historia y geografía de Colombia, son las recomendaciones de este hombre, quien lidera un grupo de voluntarios para apoyar la educación, en lugares olvidados por el estado y la sociedad.
Junio de 2019- Campus de la UPB-Medellín